Sexo y comunicacion

Comunicación entre sexos: dos sexos, dos lenguajes. Aunque se mantiene los recelos respecto de la existencia de diferencias entre cerebros masculinos y femeninos, a medida que los medios de estudios

son más finos y eficaces, los hallazgos muestran con consistencia la presencia de tales diferencias. La desconfianza se basa, razonablemente, en aspectos políticos pero también científicos. Por el lado político para no dar pie a ideas discriminatorias - si se tiene el temor de ver la diferencia como desigualdad, por ejemplo a la hora de los derechos civiles- ; y por el técnico, el hecho de que hay un gran solapamiento entre sexos, incluyendo el nivel conductual: es muy posible encontrar hombres expresivos y mujeres reservadas. Salvando estos “peros”, los conocimientos teóricos y las investigaciones apoyan la existencia de tales diferencias: el primer hecho diferencial es genético. A partir de ahí se produce una cascada de diferencias, con impacto en la maleabilidad neuronal: hormonales y la influencia plástica de la impronta educativa y sociocultural; finalmente las diferencias neuroanatómicas. Lo que conduce a diferencias observables en la conducta y el funcionamiento. Los medios de examen del funcionamiento cerebral, comúnmente la Resonancia Magnética Funcional, han encontrado diferencias significativas en la activación de diferentes áreas en el terreno de

la expresión verbal y no verbal, y de la gestión de las emociones, entre hombres y mujeres. Las mujeres poseen -en conjunto- una respuesta en el sistema nervioso central diferente de la de los hombres. La resonancia

magnética funcional ha mostrado que en la comunicación cara a cara en la mujer se activan un número mayor de zonas clave en ambos hemisferios cerebrales, que se usan para decodificar palabras, entonación y lenguaje corporal: unas dieciséis; versus el hombre, con una activación limitada a entre cuatro y siete de éstas zonas. Además las mujeres presentan una mayor riqueza de conexiones sinápticas en áreas verbales. También cuando se hace ver a hombres y a mujeres fotos de su pareja, el área del procesamiento de las emociones se activaba más en ellas que en ellos; y, asimismo, el cerebro femenino es superior en cuanto a número de neuronas espejo, en la zona frontal de nuestro cerebro, claves para la empatía. Explicaría por qué las mujeres tendrían una capacidad superior para la gestión de las emociones y serían más hábiles en ponerse en la piel de las otras personas. Lo que sabemos intuitivamente la mayoría de nosotros es que la comunicación de las mujeres y la de los hombres es distinta: hablamos diferente. El “como” se explica mejor sabiendo “para qué”. Las mujeres hablarían mucho, y ni son directivas ni van a lo concreto, al contrario quieren conocerlo todo y se interesan en el detalle, con gran presencia de contenidos afectivos y expresión de sentimientos. Mientras que el modo comunicativo verbal masculino es mucho más escaso, pero muy directivo, centrado en resolución de problemas, con un aire general ejecutivo. Esto no siempre conduce a mayor eficiencia ejecutiva, porque la inteligencia emocional es clave en la eficacia, por ejemplo de cualquier tipo de grupos. La interpretación antropológica explica que las mujeres usan la comunicación para construir una ligazón, un nudo de relaciones interpersonales; para unir. Usan la conversación para negociar la cercanía y la intimidad; de hecho, hablar es la esencia de la conexión, por lo que ser mejores amigos significa sentarse y hablar: “le digo mis problemas, me dice sus problemas, y así estamos cerca”. Por eso del contacto no se espera tanto una respuesta ejecutiva sino

emocional, y que el otro responda de la misma forma, hablando. Para el hombre simplemente sentarse y hablar no es una parte esencial de la amistad. Por contra, las actividades, el hacer cosas juntos, son centrales. La comunicación masculina busca primordialmente la consecución de un objetivo, ponerse de acuerdo -en una acción determinada preferentemente-, tomar una decisión conjunta, también en una forma de pensar. Por ello también la comunicación conlleva intrínsecamente la necesidad de afirmar su postura; lo que lleva aparejado también su  estatus en el grupo. Los hombres, cuando escuchan los problemas, no suelen interpretar bien la actitud femenina y lo entienden como que se les está pasando una lista de problemas a solucionar. Lo que genera frustración si de lo que se está hablando es de sentimientos, que no requieren de una actitud ejecutiva. Resultado: cuando dos hombres salen juntos pueden pasarse horas sentados sin apenas cruzar palabra. Disfrutan de la mutua compañía y en lo que estuviesen haciendo. Pero si las mujeres pasan un tiempo juntas y sin hablar, es indicativo de la existencia de un problema importante. La antropología ofrece una explicación pegada a nuestro pasado inmediato de hombres y mujeres del paleolítico -que en términos evolutivos está a la vuelta de la esquina-. Los hombres evolucionaron como cazadores y recolectores de alimentos, en acciones exteriores al refugio, y en funciones ejecutivas que exigían grupos que debían unirse para obtener algo concreto. En cambio, las mujeres solían pasar sus días en compañía de otras mujeres y niños del grupo, y por ello desarrollaron la habilidad de comunicarse, mantenimiento de relaciones y cultivo de los sentimientos de empatía, claves en la cohesión grupal e intergeneracional.